El miedo al coronavirus se está extendiendo alrededor del mundo, aunque la mayoría de los casos se han producido en China, en Europa el número de infectados crece día a día.
En el punto en que estamos ¿Qué efecto está teniendo en las personas el que cada día aparezcan nuevos casos de infectados?
Al principio buena parte de la población se tomó la pandemia con cierta ligereza. El nuevo virus afectaba a sólo unos pocos en nuestro medio. Lejos quedaban las cifras de China e incluso de Italia. Hasta la situación de Madrid nos parecía lejana a los gallegos. Es curioso que en este mundo globalizado no entendamos que no sólo las noticias se difunden con facilidad a través de la red (periódicos digitales, redes sociales, etc.). También los agentes infecciosos se difunden con facilidad, y no por medios virtuales… La explosión de casos cada vez más cercanos y sobre todo las medidas de gobierno nos han hecho pasar en sólo unas horas y sin casi tiempo para asimilarlo de una tranquilidad excesiva a un importante grado de alarma.
Si los datos de mortandad son similares a los de la gripe estacional ¿Por qué genera tanto miedo?
En primer lugar el “miedo a lo desconocido”. Es un virus nuevo, tiene ciertos parecidos a los de la gripe en cuanto a los mecanismos de transmisión y, solo en parte, en cuanto a los síntomas. Sin embargo aún desconocemos casi todo acerca de él. El virus de la gripe es en cambio un “enemigo conocido” que ya no infunde tanto miedo (pese a que produce una mortalidad considerable en población vulnerable, no nos olvidemos).
Además del miedo a la enfermedad en sí misma, también se tienen en cuenta las consecuencias para la economía, de hecho, se está percibiendo una ralentización en la economía mundial y se estiman unas pérdidas a día de hoy de 50.000 millones de dólares ¿Cómo nos afecta esto?
No soy un experto en economía. Pero por lo que he podido observar ni los expertos en economía se ponen de acuerdo en las consecuencias económicas de la pandemia. Catástrofes de uno u otro tipo (naturales, de salud, guerras…) se producen periódicamente, copan la atención de los medios de comunicación y provocan el miedo de los inversores… y del ciudadano común. En nuestro país el turismo es una de las principales fuentes de ingresos y durante semanas se va a detener por completo. Todo tipo de empresas se ven abocadas a cerrar, al menos durante algún tiempo. Muchísimas pequeñas empresas y autónomos ven en peligro su futuro, que viven ahora con ansiedad.
Pero no sólo los economistas hacen previsiones. Incluso la OMS ha realizado estos días valoraciones acerca de las consecuencias, no ya en términos de salud, sino también económicos. Pero si ya resulta muy difícil ponderar qué medidas se deben tomar desde el punto de vista epidemiológico y sanitario resulta aún mucho más complicado si introducimos variables económicas. Y uno de los factores que añade más incertidumbre en lo económico es que nadie sabe cuánto va a durar esta situación.
Hablando del Coronavirus y sus efectos psicológicos, este virus se asocia con miedo y ansiedad en la población ¿en qué se diferencian estos dos términos?
Hablamos de miedo cuando hay algo concreto que nos lo produce. Si me atracan o presencio un asesinato sufro miedo, si estoy frente a una fiera también, si me veo inmerso en una catástrofe natural… El miedo es la reacción natural ante una amenaza real y concreta. Cuando hablamos de ansiedad los síntomas pueden ser muy parecidos (inquietud, sensación de que no nos llega el aire, palpitaciones del corazón…). Sin embargo no somos capaces de identificar el peligro real que nos produce esas sensaciones. La ansiedad es el miedo a un enemigo desconocido.
¿Cómo se pueden entender conductas como el acaparamiento de alimentos, desinfectantes o mascarillas?
Esto depende más del pánico que del coronavirus… Ante situaciones de crisis graves se despiertan nuestros impulsos más primitivos. Lo más esencial para el ser humano, desde siempre, es poner a salvo su vida y no pasar hambre. Las mascarillas se las debe poner el que está enfermo, no el que transita por la calle, que se cree equivocadamente protegido por ella.
Con los alimentos parece que no hay riesgo de desabastecimiento. La población debe entender que se trata de quedarnos en casa para evitar la propagación del virus, no de encerrarse en un búnker lleno de víveres como si llegara el apocalipsis. Sin embargo la sensatez de muchos se esfuma en cuanto ven al vecino llenar el carro y comprueban que las estanterías del supermercado están vacías. “No voy a ser yo quien me quede sin estos productos”, piensan muchos, por lo que asimismo llenan el carro y agotan la mercancía de los estantes. De esta manera se genera un pánico en cadena que esperemos se vaya atenuando conforme todos comprueben que al día siguiente vuelve a haber esos productos en el supermercado.
Desde el punto de vista de la información se está hablando de “infodemia”, refiriéndose al exceso de información (tanto cierto como falsa) que impide obtener consejos fiables cuando se necesitan.
Para el ciudadano medio o incluso para nosotros trabajadores sanitarios resulta difícil encontrar información fidedigna. La velocidad a la que circula la información en la actualidad hace muy difícil su comprobación. En ocasiones el “fake” es burdo, al menos para un profesional. Pero a la mayor parte de las personas les resulta difícil distinguir una información veraz de un “fake” no demasiado absurdo. Encontramos desde intentos de obtener más “likes” en las redes sociales mediante variadas artimañas hasta bromas lamentables (Podemos entender los “memes” y chistes varios en un intento de desdramatizar la situación, pero ¿Cómo se puede alarmar gratuitamente sólo para “hacer gracia”?).
El pánico producido por la desinformación se ha difundido aún con más rapidez que el virus. En realidad la incertidumbre nos causa más ansiedad que la mala noticia en sí. Si las noticias son “malas” pero fiables podemos afrontar la situación. La desinformación en cambio nos impide asumir qué está pasando y enfrentarnos al enemigo real (el virus). De esta manera surge la ansiedad (el miedo al enemigo desconocido). Esto da pie a reacciones que van desde el pánico en las calles, a la acumulación de productos antes mencionada, racismo, xenofobia (cabe recordar que los mismos chinos a los que algunos culpaban de la enfermedad a su llegada a España son los que ahora, con la situación controlada en su país, nos regalan mascarillas y equipos de protección individual…).
Las redes sociales son la herramienta de propagación de muchos bulos… pero también de información fiable y extremadamente útil. Por eso tampoco debemos caer en el error de culpar a Twitter, Facebook, etc. de esta “infodemia”. La postura más inteligente por parte de las autoridades es aliarse con estos medios para que canalicen la información veraz a un determinado público que busca información especialmente en ellos. También se negocia, por ejemplo, con Google para que modifique sus algoritmos de búsqueda de manera que prioricen la información veraz. Hay quien propone incluso “pactar” contenidos con los “influencers” para intentar controlar la desinformación.
Pese a que organismos internacionales como la OMS están realizando un esfuerzo por controlar la información falsa, sabemos que se está divulgando información no cierta ¿Qué consecuencias puede tener para las personas el exceso de información?
Unos pocos mensajes claros orientan sobre los riesgos reales y proporcionan pautas de actuación. Si bombardeamos al ciudadano con un exceso de información muy técnica podemos abrumarle (y como consecuencia angustiarle) o aburrirle (de manera que no se dará por aludido por unos datos que no es capaz de entender, que le produzcan indiferencia y con ello que no colabore (y en estos momentos necesitamos de la colaboración y solidaridad de toda la ciudadanía). Pero aún peor es el exceso de información no veraz, informaciones contradictorias que nos llevan como decíamos antes a no saber cual es nuestro verdadero enemigo. El resultado inevitable entonces es la ansiedad.
Las noticias nos hablan de personas recluidas (aislamientos preventivos, cuarentenas), en diferentes lugares del mundo, incluyendo España, para evitar la expansión del virus ¿qué efectos pueden tener estos aislamientos sobre las personas que las padecen?
Como hemos mencionado una situación de este tipo genera ansiedad en la población. Mucho más cuando el aislamiento dificulta compartir los sentimientos. En algunos esta ansiedad se puede incrementar de manera drástica y sufrir incluso ataques de pánico. Esto puede hacer que algunos quebranten de forma absurda su aislamiento que ayudan a propagar la enfermedad. Por eso conviene “cuidar” a las personas que están en cuarentena, ya que están sometidas a unos niveles de estrés y ansiedad muy elevados y de ellos depende la salud de toda la población.
Incluso cuando no llegan a producirse crisis de pánico las personas en cuarentena, además de ansiedad, suelen padecer agotamiento emocional, insomnio y sentimientos de frustración e ira por su situación. Eso sin contar con los problemas económicos graves que una cuarentena genera a buena parte de los que deben guardarla. Durante su aislamiento surgen muchas dudas y ansiedad por su futuro económico.
Quienes pasaron por una cuarentena a menudo después tardan meses en recuperar la normalidad, evitan aglomeraciones o se alejan de personas que tosen o estornudan.
Estos síntomas se pueden prolongar bastante más allá del período de cuarentena, por lo que las autoridades deberían tener planificada algún tipo de atención psicológica a estas personas.
¿Qué recomendaciones podríamos dar a las personas que deban permanecer en cuarentena?
Un factor fundamental para proporcionar resiliencia ante estas situaciones es el elogio público a través de los medios de comunicación y de figuras con liderazgo. Se debe subrayar públicamente el altruismo y solidaridad de quienes sufrieron una cuarentena para proteger a los demás. Proporcionar esta función social positiva a un aislamiento indeseado no solo evita la estigmatización sino que además crea una narrativa que ayuda a los que han pasado por una cuarentena a mitigar los efectos psicológicos negativos de la misma. Además se debe ser transparente con su situación, minimizar la incertidumbre y con ello la ansiedad.
Por otra parte es necesario que al aislamiento físico no se añada el aislamiento social. Para una persona sometida a cuarentena es fundamental que pueda mantener su relación con familiares y otros seres queridos (disponer de teléfono móvil, ordenador, wi-fi…). Aunque por otra parte estar “conectados” aumenta el riesgo de un exceso de información, en buena medida catastrofista y carente de filtros, que puede generar gran angustia, que difícilmente podrán contrastar si no estamos pendientes de resolver sus dudas.
Coronavirus y sus efectos psicológicos